¡Que alguien le dé un Oscar a Jenny Slate por favor! por ser una serie aplica el EMMY pero saben a lo que me refiero. Y con este ángulo comenzaremos porque en esta reseña compartimos más sentimientos que spoilers.
Ubicaba a Jenny Slate como una anti-heroína indie que me caía bien, recuerdo una película donde actuaba como novia despechada, en algún punto fue pareja de Chris Evans y, recientemente, Jenny volvió a estar en mi radar con el fiasco de “It End With Us” donde lo más desgraciado para su carrera es que fue sidekick en la peli, así como en vida real; un personaje secundario para apoyar un drama ajeno. Pero Jenny no se dejó arrastrar por esta hecatombe mediática, sino que, ella supo ser paciente porque sabía que pronto nos iba a deslumbrar con la extraordinaria interpretación de Nikki, mejor amiga de Molly, protagonizada a su vez por Michelle Williams, en la serie “Dying for Sex”, la cual está basada en un podcast de la vida real de mismo nombre, que narra el declive de la vida de Molly, tras ser diagnosticada con cancer, en etapa 4 con metástasis ósea.
A partir de aquí, les puedo decir que habrá spoilers:
Ahora bien, en los primeros minutos de la serie, entramos de lleno a las malas y funestas noticias, Molly se está muriendo, y en un principio Nikki es demasiado y Molly es pequeña y trata de no ocupar mucho espacio, hasta cuando se deja cuidar por su esposo Steve (Lawrence Jay Duplas), que en apariencia y viéndolo de lejos, es un excelente apoyo en esta etapa de su vida pero, es Nikki, quién nos hace ver que, la elección de Molly por esta pareja de vida, estuvo motivada por el miedo a vivir, y aquí, podemos observar uno de los pilares de esta fuerte amistad, la gran diferencia entre ellas, Nikki no tiene miedo y Molly se muere, todo el tiempo, de miedo.

Molly, elige dejar a su esposo y pasar el resto de su vida con Nikki, lo que significa que este personaje excéntrico se convertirá en su cuidadora de tiempo completo, en la persona que va a todas sus citas médicas, que llena todos sus papeleos y que vuelca su vida entera a ella, no hay otra forma de verlo. Si Como Molly dice (parafraseando), el 80% de tener cáncer para el paciente es esperar, el rol del cuidador es, el de dejar su vida en pausa, por el paciente.

La serie, lleva la palabra sexo en el título y es un tema constante pero más allá del acto per se, estamos hablando de algo que le faltó a Molly y le faltó porque se lo arrebataron, alguien le quitó la capacidad de disfrutarlo, el trauma que sufrió este personaje es profundamente triste y por otro lado común, y es evidente que ha definido su vida así como las decisiones que ha tomado en ésta, por ello, ahora que Molly sabe a ciencia cierta que se acerca el final, es que puede abordar, con el poco tiempo que le queda, el trauma que se encuentra directamente relacionado con el sexo que durante toda su vida, no pudo experimentar.
Mientras que Molly comienza este viaje enfrentándose a si misma y a sus miedos, que no solo incluyen el sexo, sino también el tratar de reparar la relación con su madre, Gail (La excelsa Sissy Spacek) así como el poder experimentar, tal vez por primera vez en su vida, momentos de puro egoísmo. Vemos brillar a Nikki, quien con su entrega, empatía y genuino sentido del humor, es esa amiga incondicional que, en un momento puede actuar como cuando tenían 16 años y estaban completamente disponibles la una para la otra, platicando de los chicos que les gustaban y actuando escenas de las icónica peli “Clueless” en su cuarto de la infancia, una tarde de jueves. Como de golpe, puede volver a la realidad y con su sensibilidad, ser ese fuerte roble, en la vida actual de Molly.

Los capítulos finales me parecieron tan hermosos y bien logrados como desgarradores. Si bien, la serie hace una excelente labor en representar el dolor y la pérdida, el verdadero corazón de esta historia es la amistad femenina, con todo y sus coloridos matices, y me considero dichosa porque puedo, por experiencia propia, constatar lo fuerte e invaluable que es ésta.